Hay experiencias que no solo llenan tu agenda, sino que te sacuden el alma un poquito. Y eso fue exactamente lo que me pasó durante una semana inolvidable de marzo, cuando tuve el privilegio de participar en la International Week de la Facultad de Ciencias Económicas y Empresariales de la Universidad de Granada (UGR).
Desde que llegué supe que esto no iba a ser “otro evento académico más”. Nada de formalidades aburridas, ni paneles eternos ni sonrisas forzadas. Lo que encontré fue un grupo de más de 35 apasionados profesores de la comunidad europea, todos conectados por lo mismo: el amor por enseñar y aprender.
Fui como profe, pero aprendí como estudiante del mundo
Sí, fui como docente… pero la verdad, esa semana me sentí más como estudiante del mundo. Cada conversación era como una mini clase magistral. Cada almuerzo, una clase de cultura viva. Aunque todos hablábamos idiomas distintos, el inglés fue nuestro punto medio, y la educación fue el lenguaje real que nos unió.
Hablamos de investigación, internacionalización, innovación educativa, nuevas tecnologías… pero todo fluía natural, sin rigidez. Con energía. Con ganas. Y lo mejor: con gente increíblemente generosa con su conocimiento, su tiempo y su buena onda.






Granada: una clase al aire libre, con historia incluida
Ahora sí, hablemos de Granada. Porque…¡Wow! ¡Qué ciudad!
Era mi segunda vez, pero se sintió como la primera. Granada no es solo linda: es mágica. Desde las calles empedradas del Albaicín hasta las cuevas de Sacromonte, todo tiene historia. Y, por supuesto, la joya: la Alhambra. Ese lugar es tan increíble que uno duda si es real.
Con mi apellido Jarama, siempre sentí una conexión con la cultura árabe. Estar ahí fue como reconectar con algo que siempre estuvo cerca, aunque no lo supiera. Caminé por esos pasillos no como turista, sino como alguien volviendo a una parte olvidada de sí mismo.









Más que clases, fue una dosis de vida
Esta semana no fue solo trabajo. Fue un recordatorio brutal de por qué amo lo que hago.
Volví con el corazón lleno de inspiración, el WhatsApp lleno de nuevos contactos, y la cabeza a mil por hora con ideas. No solo ideas bonitas de escribir en un cuaderno, sino cosas que quiero hacer, compartir, mover. Cosas que nacieron en pausas para el café, charlas nocturnas con tapas y esas conversaciones que empiezan casuales y terminan en “oye, hagamos algo juntos”.
Y hablando de tapas… Hay que decirlo: algunas de las mejores ideas educativas se cocinan entre croquetas, jamón y una copa de vino blanco.
Ah, y sí: me traje aceite de oliva. De ese rico y local para traerme un poquito de lo que viví allí. Granada no solo alimenta la mente: te alimenta el alma y la maleta.
Colaborar sin fronteras sí se puede
Esta experiencia me dejó claro que el mundo no tiene límites, que los límites los ponemos nosotros. Como educadores, tenemos la chance (y el deber) de salir de nuestras burbujas y construir puentes.
Para países como Perú, esto no es un lujo, es necesario. Estar en espacios como este abre la cabeza, rompe esquemas y nos recuerda que la educación de calidad se construye compartiendo, no compitiendo.
Esa semana me mostró que aún me queda muchísimo por aprender, por recorrer, por enseñar. Me reconectó con mi segunda profesión: ser docente. Y me dejó con hambre: de conocimiento, de culturas, de proyectos, de más.
Granada, esto no fue un adiós
A toda la gente de la UGR: gracias por la hospitalidad, la calidez y la buena vibra.
A mis compañeros profes: gracias por tanto.
Y a Granada: no hemos terminado. Nos volveremos a ver.
Esa semana de marzo no fue solo una experiencia profesional. Fue un clic personal. Una sacudida positiva. Una prueba de que la educación se vive distinto bajo el sol andaluz y un impulso de regreso para avanzar con este 2025 a tope.




